viernes, 21 de octubre de 2011

La mirada integradora





El Itaca soñado que anima nuestros pasos,
ese horizonte azul
trenzado por la búsqueda,
no es tan lejano, siquiera tan oculto.
Tal vez comience aquí, en el microcosmos.

En estos diminutos espacios compartidos
se sostiene o traiciona,
casi siempre con trajes invisibles
cuanto predicamos o decimos
en las grandes palabras, las tribunas, los libros.

Por eso para el viaje conviene recordar
que se aprende y renueva el amor en lo pequeño,
en ese habitual rincón donde uno se desnuda,
allí donde se ríe, se sueña, se solloza,
entre manos que curan las heridas antiguas
y recubren de luz silenciosa las nuevas.

El camino de Itaca es en sí mismo el puerto,
la presencia que alcanza y fecunda el ahora
cuando vemos sin prisa nuestra huella en la hierba,
el ruido con que abre le ventana diaria
y esos rostros amigos, tan faltos de tersura,
a los que despoblaron las arrugas del tiempo.

El amor sin fronteras, el amor de lo extenso,
se siembra en estos surcos.
No es posible hacerse estrella
sin ser antes
terrón de hierba fresca
arraigado en el suelo de lo propio.

La apertura a la vida se alimenta
de pequeños senderos sin murallas,
abrazos que se dan entre silencios
a aquellos que nos riegan con su simple mirada
entre tanto la nuestra les dice: no estás solo.

Avanzar hacia Itaca disfrutando del día,
desde un presente incierto que esquiva las promesas,
requiere al tiempo de un tránsito interior,
allí donde pasiones, sonrisas, silencios,
no tienen grandes nombres:
sólo se llaman madre, amigo, compañera...

El misterio del mundo vive en este holograma
que lo contiene todo y todo lo anticipa.
Se esconde en el secreto de una taza de té,
en el encuentro cómplice y nocturno
con unos ojos que saben quiénes somos..


(Autora María Novo)http://www.ecoarte.org/escritos2a.htm

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